La violencia sexual es una de las formas de violencia más común y denigrante de nuestra sociedad, tanto dentro de la familia como fuera de ella. Consiste en cualesquiera actos de naturaleza sexual mediante los que se obliga a una persona a mantener relaciones sexuales o cualquier tipo de contacto sexual sin que ella lo desee.
Este tipo de violencia ha estado ampliamente definida dentro del ámbito de la sexualidad y se puede manifestar por medio de numerosos sucesos; desde inducir a la realización de actividades sexuales no deseadas, a la violación, la pornografía, el acoso, la prostitución, la esclavitud sexual…Todas estas son formas de violencia sexual, que llevan a la invasión física de una persona, ya sea a través de la fuerza, aprovechando situaciones de vulnerabilidad o a través de la coacción, provocando así una situación de abuso.
Durante años la violencia sexual ha sido considerada como asunto privado, era algo que desgraciadamente ocurría, pero del que nadie hablaba, sin embargo, en la actualidad, es indudable que la sensibilidad social está totalmente volcada en la erradicación de la violencia, así encontramos una gran cantidad de normativa que nos lleva a reaccionar ante este tema; la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de medidas de protección Integral contra la Violencia de Género; el Informe del Parlamento Europeo de julio de 1997; así como el propio Código Penal, donde a partir del art.178 trata los diferentes tipos de violencia sexual. Ahora bien, todas estas normas se centran en los malos tratos, dejando de lado el concepto de violencia sexual en sí, siendo ésta, una de las violencias de género más característica, que constituye hoy una verdadera epidemia que empezó a hacerse evidente en España desde 1997 gracias a los medios de comunicación y que hay que cortar desde ya, puesto que sitúa a la mujer en una de las posiciones de desigualdad más flagrantes, y que las convierte en meras “muñecas de trapo”. Señalar también que no siempre las víctimas han sido mujeres, igualmente se han dado casos en los que los hombres han sido el centro de los martirios, aunque, eso sí, estos casos son mucho más escasos.
Lamentablemente, cuantiosos y diferentes son los ámbitos donde podemos encontrar este tipo de violencia; en el escolar, en el laboral, en el doméstico…siendo este último donde con más frecuencia se han presentado.
Desde tiempo inmemorial ha existido la violencia en el ámbito privado de la familia, explicable por razones históricas, culturales e incluso legales, si tenemos en cuenta que en algunos países estaba permitido por Ley, ya que consideraba a la mujer y a los hijos como bienes de propiedad del hombre. Y aunque los ordenamientos jurídicos han ido evolucionando y han corregido esta “injusticia” de iure, aún siguen existiendo actitudes de tolerancia hacia la violencia dentro de la familia.
Es destacable el hecho de que este tipo de violencia no suele aparecer de repente, va pasando por una serie de fases; la primera de ellas es la de abuso verbal, que potencia la tensión en la pareja y donde la víctima ya se va sintiendo angustiada y suele preguntarse qué está haciendo mal. A esta fase le sigue la de explosión violenta, donde ya aparece la agresión física, la tensión aumenta y la mujer empieza a vivir en un estado de sumisión. A la tercera fase se le suele llamar “luna de miel o tregua amorosa”, donde el agresor suele mostrar arrepentimiento, y la víctima se siente confusa. Y por último la fase de “escalada de la violencia”, donde se vuelve a la situación anterior, dejando a la persona torturada en una situación de total indefensión.
La violencia constituye una forma coercitiva de ejercer el poder, que, a corto plazo, en general, produce unas consecuencias devastadoras para el funcionamiento psicológico de la persona que la padece. A medio y largo plazo, las consecuencias son más inciertas; suelen agravarse dando lugar a secuelas psicológicas de mayor entidad, como disfunciones sexuales, trastornos obsesivos, depresión…
Ahora bien, lo que sí está claro es que las consecuencias afectan a la calidad de vida de las víctimas, persistiendo durante mucho tiempo después de la agresión. La persona se ha visto envuelta en hechos que representan un peligro real para su vida o cualquier otra amenaza para su integridad física.
Resulta clave que para poder suprimir dichas conductas lo primero que debemos de identificar es a las partes; quiénes son las víctimas y quiénes los agresores. Como ya se ha dicho, lo habitual o común es que la víctima sea la mujer, y el agresor el hombre, y que además éste sea conocido. Esto se debe a la debilidad y al desprecio que se ha tenido en el pasado respecto al sexo femenino, así son muchas las sentencias referidas a este asunto, ejemplos de ellas la STC del 26.01.1976, o la STC de 05.10.1974, donde se habla de una “reacción típicamente femenina por parte de la mujer”. Indudablemente, las cosas han cambiado, la legislación ha cambiado, y por su puesto la actitud de las víctimas también, dispuestas ya a denunciar, cosa que antes no ocurría.
»> Los males se soportan pacientemente mientras parecen inevitables, se vuelven intolerables cuando surge la idea de que hay un modo de escapar de ellos. Alexis de Tocqueville, 1856.
- La violencia sexual y su representación en la prensa / Natalia Fernández Díaz ; prólogo de Teun A. van Dijk. De Fernández Díaz, Natalia.
- El rostro de la violencia: más allá del dolor de las mujeres / M. Elósegui, M.T. Glez. Cortés, C.Gaudó.
- Plan General contra la trata de mujeres y abuso sexual a menores: Análisis y prácticas / Sagrario Losada y Daniele Cibati. Madrid (2010).
- http://www.profamilia.org.co/index.php?view=category&cid=17%3Aviolencia-sexual&option=com_quickfaq
- http://www.nomasviolenciacontramujeres.cl
Autora: Virginia Andrés García